En este proyecto miembros del comité del paro internacional de mujeres de Nueva York entrevistaron con organizadoras de trabajos y cooperativas, como parte de un processo de co-produccion de sabiduría militante. Estamos interesadas
A las mujeres trabajadoras migrantes las invito a luchar, a que no tengan miedo… La lucha sigue.
Yo nací en el estado de Guerrero, México, en un lugar que se llama Atlamajalcingo del Monte. A los nueve años me fui a Tlapa de Comonfort, también en Guerrero. Ahí pasé mi adolescencia y mi juventud, me casé y tuve hijos. Ahí también nacieron mis cinco nietos y trabajé por un tiempo en un hospital.
En 1985 por política del gobierno, el hospital donde trabajaba pasó a depender de la Secretaría de Salud, para que el gobierno del estado fuera el que lo sostuviera económicamente. Cuando eso pasó, los salarios bajaron mucho y yo estaba ganando la mitad de lo que ganabas antes. Por esa misma época tenía problemas con mi pareja y mi situación económica empeoró drásticamente. Me separé de de mi esposo y tenía que hacerme cargo de mis siete hijos yo sola.
Muchos de mi pueblo decían:“vamos al norte porque ahí se ganan bien”. Yo dije “vámonos”, pero cuando uno está allá, no piensa en todos los factores importantes: que aquí tienes que pagar vivienda, que se tiene que buscar un trabajo y el idioma. En septiembre de 1986, decidí venir para la ciudad de Nueva York. Se me presentaron muchos obstáculos: el idioma, encontrar trabajo, conseguir vivienda, pero traté de sobrevivir. Poco a poco me fui trayendo a mis hijos hasta que logré tener aquí a los siete. También traje a mis nietos. Cuando ya estábamos todos juntos acá, empezamos a trabajar y rentamos apartamentos.
Mi primer trabajo cuando yo llegué aquí en 1987 era en una fábrica de pasta. Ahí estuve como seis meses y luego fui a trabajar para una fábrica de ropa. Las condiciones de ese trabajo eran pésimas porque nosotros no conocíamos nuestros derechos y los dueños siempre nos hacían trabajar más por poco salario. Trabajé como once años planchando ropa de marca en esa fábrica. Todos mis hijos y yo trabajamos mucho, trabajamos de doce a catorce horas al día. A veces yo trabajaba el día entero y cuando nos ofrecían horas extras o días extras yo decía “si”. Tenía que trabajar porque tenía necesidad.
Luego empecé a vender comida en la calle. Al principio iba a vender comida allá en Van Cortlandt, pero a veces los policías del parque nos correteaban porque no teníamos permisos para vender en el parque. Hice eso por como dos o tres años. Luego mi hijo abrió un restaurante en Red Hook, Brooklyn. Me fui a trabajar con él por un tiempo, pero por diversas causas el restaurante tuvo que cerrar.
De nuevo volví a vender comida, pero era igual: nos correteaban la policía todo el tiempo. Yo me dedicaba a vender tamales y era frecuente que la policía me quitara el carrito. Una vez me agarraron el carrito, lo aventaron y terminó abierto en el piso con toda la comida regada. Me dijeron los policías, “limpa ahí”, y yo les contesté, “limpien ustedes porque yo no lo tiré”, a lo que me respondieron, “te vamos a arrestar”.
Al final no me arrestaron pero me amenazaron con ponerme una multa y me advirtieron de no volver al parque, a lo que yo respondí “mañana voy estar aquí. Yo no estoy haciendo nada malo porque estoy buscando la manera para vivir y darle vida a mi familia”
Debido a muchas experiencias así con la policía hablé con otros vendedores y en 2004 escuché de un proyecto que se llamaba Esperanza del Barrio. Estuve trabajando con este proyecto hasta 2009. Ese proyecto como el Street Vendors Project también se dedicaba a buscar licencias y permisos para los vendedores y a campañas para reducir las multas que nos ponía la policía. Yo a veces participaba en el proyecto y a veces no porque como tenía que mantener a mi familia, mejor me dedicaba a vender. Hicimos marchas y protestas, pero estábamos en lo mismo de estar corriendo y escondiéndonos de la policía. Entonces así estuvimos hasta que se cerró el proyecto en 2009.
Luego supe del Street Vendors Project en 2010. Conocí al Street Vendors Project por una compañera que estaba ahí como organizadora, quien habló conmigo y otros vendedores. Fui a una reunión donde hablaron de una propuesta del gobierno de la Ciudad para que a todos los vendedores les tomaran las huellas. Tuvimos que hacer una protesta grande y ahí fue que conocí a todos del Street Vendors Project. Con esa protesta, paramos esa iniciativa de la Ciudad.
Así comencé con el Street Vendors Project y desde que yo llegué, he tomado parte de la junta directiva. Yo le digo a todo mundo que este año es mi último año y ya no quiero seguir porque tengo problemas médicos, pero también siento que tengo que seguir porque veo todas las injusticias que padecen los vendedores y siento mucha indignación. Hay muchos pobres vendedores que salen a poner una mesita en la calle, llega la policía y les quitan las frutas y los vegetales que están vendiendo. A veces hasta la mesa se llevan. Además, a muchas personas les gusta decir que los vendedores son criminales, pero nosotros no somos criminales, solo estamos tratando de buscar la manera de sobrevivir. Hay muchas injusticias así que pasan.
Como dije antes, yo soy parte de la junta directiva del Street Vendors Project y mi responsabilidad es representar a los vendedores y luchar por ellos, hacer acuerdos y emprender iniciativas. Ahora estamos enfocados en la campaña para ganar más permisos para los vendedores. Mi participación depende de las actividades que tenemos, en general yo ayudo a organizar y planear eventos, actividades y reuniones. Hay temporadas en las que paso mucho tiempo en la oficina mucho tiempo, mientras que otras voy un día a la semana.
Tenemos más o menos 2,000 miembros y pienso que el 50% de esos miembros están activos. El nivel de participación de nuestros miembros depende de su conciencia y la responsabilidad la tenemos nosotros en la junta directiva. He notado que hay más mujeres que hombres en nuestro proyecto y las mujeres participan mucho.
Algunas mujeres tienen miedo porque tienen parejas que no quieren que participen y como que están marginadas, y yo pienso que están manipuladas por sus parejas. A veces algunas nos dicen:“Pues no sé qué va a decir mi marido si me pongo a participar.” Veo que no son muy libres para tomar una decisión. Yo les digo, “no vas hacer nada malo, simplemente vas a aprender a luchar, a defender tus derechos; hasta vas a aprender cómo cuidar a tus niños a través de lucha”. A veces yo veo que dicen que no se pueden quedar en una reunión porque ya es tarde y que se tienen que ir para hacer la cena. Ahí se nota que están manipuladas. En cambio, un hombre no dice yo ya me voy porque voy hacer la cena para mi mujer.
Yo había formado un comité de mujeres, pero debido que nos inclinamos a la campaña de permisos, ya no hay muchas mujeres que vienen a las reuniones del comité. Yo forme ese comité porque quiero que todas las mujeres participemos y abramos la boca y digamos lo que no nos gusta. Yo le decía: “vamos a luchar, vamos a buscar, a ver que alguien nos patrocine con dinero y podemos abrir una cooperativa, vamos a buscar a alguien que nos enseñe cómo manejar una cooperativa”. Mi esperanza es que tal vez en el futuro ese comité puede crecer.
Además de la campaña por los permisos nosotros salimos cada mes para hablar con los vendedores, los invitamos a nuestros eventos, recorremos las calles donde hay muchos vendedores. Hablamos de la organización, de sus derechos, qué tipo de apoyo les puede dar la organización y les explicamos que estamos luchando por todos. Estamos luchando no solo por el proyecto, sino por todos los vendedores. Cuando logremos algo, se van a beneficiar todos – por ejemplo, cuando logramos que se bajaran las multas, eso benefició a muchos que ni son miembros del proyecto. Nuestra lucha, es la lucha de todos los vendedores, sin importar si son miembros de, Street Vendors Project(SVP) o no.
El SVP es parte de la Federación de Trabajadores. Cuando ellos tienen reuniones, nosotros vamos, junto a otros grupos de trabajadores, para conocernos y planear campañas. La Federación nos orienta respecto a nuestros derechos, prepara líderes, y ayuda a otros trabajadores a entender e informarse sobre cómo pueden participar. Por ejemplo, cuando llegué a este país, no sabía cuáles eran mis derechos y cómo participar en una organización. Yo creía que, como vengo de otro país, no tenía ningún derecho. Ahora he aprendido que el ser humano en el mundo tiene derechos y que tenemos que luchar. Los trabajadores tenemos que luchar contra el robo del salario y los abusos de los patrones; la Federación nos enseña cómo. Por ejemplo, hubo un restaurante que se llama Liberato en 2014 donde el dueño le estaba robando los salarios a los trabajadores. Fuimos ahí y protestamos junto con los trabajadores. Ese es el propósito de la Federación – unir a los trabajadores porque cada sector de trabajadores tiene sus problemas.
Con este nuevo gobierno, hay mucha gente que tiene mucho miedo y eso se observa en que bajó la membresía. Yo fui a marchar a Washington cuando Trump asumió la presidencia y me gustó que muchas personas en ese tiempo estaban bien activas. Ahora las cosas se han calmado mucho, se han calmado mucho las protestas, no sé porqué, pero para mí, hay que seguir. A las mujeres migrantes trabajadoras las invito a luchar, a que no tengan miedo, a mí me han pasado muchas cosas malas, pero aquí estoy. La lucha sigue.
Con el SVP, quiero que logremos obtener los permisos para que los trabajadores puedan trabajar tranquilos, ser parte de la economía formal, y para que incluso puedan ser dueños de su propio negocio. Últimamente lo que quiero y sueño es que la organización llegue a ser fuerte, que logremos conseguir por lo menos un seguro para sus miembros y sus familias. Quiero que todas esas mujeres estudien y que vean que hay manera de que se sigan preparando para mejorar su futuro. Quiero que los trabajadores vendedores en el futuro puedan trabajar con dignidad y respeto. Espero que sigamos luchando por nosotros porque nadie más vas a luchar por nosotros los pobres.